sábado, 23 de enero de 2010

EXCLUSIÓN SOCIAL: PERSONAS SIN HOGAR E INFRAVIVIENDA

Manuel Castro

Plataforma contra la exclusión social - Murcia

Los días 14 y 15 del pasado mes de enero tuvieron lugar las "Primeras jornadas de exclusión social" dedicadas a los problemas de las personas sin hogar y la infravivienda. Las jornadas contaron con la presencia de dos ponentes que trabajan en torno al mundo de la exclusión desde perspectivas muy diferentes aunque coincidentes en el diagnóstico y las maneras en las que deberíamos actuar frente al drama de la exclusión. Pedro Meca, trabajador social, animador del centro "La Moquette" en París, autor de "Contrabandistas de la esperanza" y "La vida de la noche", nos habló desde el contacto directo con las gentes y realidades cotidianas de la calle, no tan diferentes como nos muestra la imagen falseada que nos llega de ellas.

Pedro José Cabrera, sociólogo, investigador del mundo de la exclusión, corresponsal para España de la FEANTSA, observatorio europeo para las personas sin hogar, y buen conocedor del campo del trabajo social, pues fue director de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Pontificia de Comillas, nos situó en el problema de la exclusión desde una perspectiva global, histórica y actual desvelándonos las tendencias y procesos que están haciendo de la exclusión una realidad cada vez mas extendida e inhumana.

Las jornadas se completaron con una mesa redonda en la que intervinieron representantes de los distintos partidos políticos junto con representantes de la sociedad civil y con la presentación, a cargo de la Plataforma contra la exclusión social, de las conclusiones del seminario "Exclusión social en Murcia" realizado en los meses de noviembre y diciembre y que se recoge en este mismo Informe. A continuación ofrecemos de modo resumido y conservando el tono oral de las ponencias el contenido de las mismas.


EXCLUIDOS DEL HOGAR: ROMPER GUETOS: Pedro Meca.

No me gusta el término exclusión. Yo creo que no existe. Existen exclusiones: de piso, de trabajo, de lugares donde curarse,… No existe la exclusión, nadie es excluido o todos somos excluidos.

Frecuentemente la expresión "sin techo" se asocia a sin casa, sin cama, sin aseo, sin dinero, sin compañía, sin protección, la suma… es decir definimos en función de las carencias. Por el contrario a las personas que tenemos techo, con hogar, con familia, se nos atribuye… cosas positivas. Pensamos en cosas positivas por el hecho de tener casa. Esa es nuestra mirada.

¿Y que cabe que hacer con los que no tiene techo?… buscarle alojamiento, comida, vestido… Pero esto no es siempre así. Muchos tienen trabajo. En París casi el 35 por ciento de la gente que está en la calle trabaja, aunque no tenga suficiente para poder alquilar. Tienen familia, a veces varias, algo de dinero, son consumidores como nosotros aunque no les toleramos algunos consumos a los que nosotros sí tenemos derecho (que coman sí, pero sin vino)

La sociedad está dividida entre los que dan y los que lo que reciben. Si los que reciben son los excluidos, los que dan ¿no serán los excluyentes? Mientras mantengamos esta relación estamos haciendo una sociedad dual. Los pobres pueden aportar mucho a nuestra sociedad. Las personas que trabajan con ellos dicen que reciben mucho de su parte, aunque a veces no sepan concretar el qué.

Pero ¿qué nos pueden dar si no tienen nada? Casi siempre desconocemos o minusvaloramos lo que son capaces de dar ¿Quién no necesita algo? Cariño, amistad, amor,… La gente en las grandes ciudades cada vez se habla menos. Estamos en una dinámica donde el ideal es la independencia. Esto es monstruoso, todos dependemos de alguien. Es importante ver que todos necesitamos de todos. En eso está todo, en encontrar un tipo de relación que se establezca en términos de igualdad. Si no entendemos esto nunca entenderemos el mundo de la exclusión.

Creo que hay que pensar sobre lo que recibimos de ellos y agradecérselo. Es una forma de reconocer lo que aportan ya que la mejor forma de reinsertar es decir a alguien que existe y que cuenta. Esto rompe con la dinámica del poder, donde la mano que da está siempre por encima de la que recibe.

Nos cuesta entender la realidad de la gente de la calle ya que su perspectiva es diferente de la nuestra, sus reacciones también. Hay gente que cuando ve a un mendigo pidiendo en la puerta de una iglesia dice: ¡son unos vagos! ¿Por qué no trabajan? Una vez propuse a alguien que estuviera de pié, pidiendo en la puerta de una iglesia. Aguantó 3 horas. Es muy duro. Lo que para nosotros son molestias puntuales para ellos es lo cotidiano. A veces todo esto provoca reacciones que nos cuesta comprender, pero lo que sí es difícil de entender es la paciencia del mundo de la calle

La actitud de exclusión es patrimonio de todas las personas. No hay que luchar contra la exclusión, sino contra los excluyentes.

La noche

La noche es una ruptura con lo cotidiano. El mundo de la noche es un mundo más plural, tiene sus normas pero son otras normas. La noche es muy importante. La gente piensa en noche cuando ha terminado sus obligaciones, sus tareas... no pensamos que empieza la noche cuando nos vamos a dormir. Necesitamos un tiempo para no dormir, para comunicarnos, para relacionarnos, también para desarrollar nuestra afectividad y nuestra sexualidad. Construimos nuestra personalidad de noche, de día cumplimos una función social: de padre, trabajador, estudiante... de noche tenemos el espacio para realizar las cosas que más nos satisfacen y nos desarrollan, para soñar despiertos.

A la gente de la calle la metemos en albergues a dormir. Se separa a las parejas, se les niega la sexualidad, se les niega la afectividad, se les niega el espacio a la intimidad con otros y consigo mismas. Tampoco tienen un espacio propio: su casa es su bolso. Una mujer que conozco quiso regalar un cuadro a una persona sin hogar. Estuvo charlando con él el día anterior sobre pintura hasta el punto olvidar que era un "sin techo". No se les puede hacer un regalo. No tienen un espacio donde recibir, donde acoger. Estando condenado a vivir en la calle se pierde el sentido de acogida.

No nos damos cuenta de lo que significa vivir en la calle: Si queréis saber lo que supone vivir en la calle no os quitéis los zapatos en varios días: veréis como se os queda la cabeza. No hay zapatos para ellos, porque los pies se hinchan, se deshinchan,... ni ropa... La dentadura, muy deteriorada, les impide comer muchos alimentos… Estas son las condiciones en las que viven. Cuando no dispones de las cosas más elementales todo se pone cuesta arriba.

Las soluciones

¿Qué podemos hacer para solucionar estas situaciones? Lo primero es conocer. Aquí no se conoce porque no se quiere conocer. Se habla mucho de los sin techo pero no se cuenta como viven.

Lo único que nuestra sociedad propone como solución es el trabajo. Esto no es siempre posible, ni tampoco necesario. No somos conscientes de que muchos de ellos no van a poder. A menudo no reúnen ya las condiciones físicas, además la mayoría tiene una escasa cualificación, es gente sin cultura, con poca capacidad de integración en el mundo laboral.

Por otro lado, la tendencia de la historia es que cada vez se trabaje menos, porque no es necesario. Aquí subyace una ideología religiosa que bendice el trabajo y el sufrimiento. Hoy la verdadera carta de identidad la da la nómina. Eres lo que ganas. Cuando no tienes nómina no puedes hacer nada: el que pierde el trabajo deja de existir. Esto es lo que pasa a la gente de la calle. Sin embargo son muy capaces de aportar cosas. Hay sitios donde dicen que hay que servirles,... pero ¿por qué no pueden hacerlo ellos? ¿Qué haríamos entonces los voluntarios? ... pues sentarnos y que nos sirvan.

Un ejemplo de esto. Se nos ocurrió hacer que fueran padrinos de niños de la calle en otras partes. Hemos organizado que sean padrinos de niños de Kabul. Una vez al mes tenemos una reunión de solidaridad para ver qué hacemos, recogemos dinero en común, les mandamos cartas y los niños se sorprenden de que en Europa haya gente en la calle. En las reuniones que tenemos descubrimos que esto les recupera la autoestima porque no han podido ocuparse de su familia.

Lo que ocurre es que no toleramos que nos den y depender de ellos. Una de las personas "con techo" que viene a "La Moquette" me contó un día que se había encontrado con un conocido que terminaba de "trabajar" pidiendo en la puerta de una iglesia. Como el día le había ido muy bien le propuso invitarle a cenar, oferta que la primera rechazó pues pensó que éste necesitaría el dinero para otras cosas. Aceptar que te inviten es admitir una igualdad. Les servimos pero no sabemos ponernos a su altura porque los vemos sólo como "sin" y no como otra persona igual que nosotros mismos. Me parece fundamental que hagamos un esfuerzo para ver en el otro a otro como yo, o incluso mejor.

"La Moquette"

Todos necesitamos un sitio donde poder dormir pero sobre todo necesitamos un sitio donde podamos despertar. Antes cerrábamos a las 5, la gente no dormía y entonces dormía de día. Ahora cerramos "La Moquette" a las 12, porque la tenemos abierta para que la gente, con y sin techo se mezcle, para establecer relaciones, no para dormir... Hay que romper guetos, no mejorarlos. Lo importante es crear espacios donde la gente se encuentre y punto, porque todos somos ciudadanos.

La gente que acude a "La moquette" al principio viene a contar sus miserias. Su tarjeta de presentación son sus miserias, porque el trabajador social esta para escuchar miserias. Si un día llegara alguien diciendo que está muy bien no se le prestaría atención. Somos incapaces de escuchar la felicidad de alguien. Lo que nos interesa es su sufrimiento, los identificamos en función de su sufrimiento.

Nuestra actividad es de tipo cultural. Por ejemplo, tenemos un taller para aprender a ver la televisión, talleres de escritura. La puerta está abierta para todo el mundo. Aunque no tenemos demasiado espacio se realizan actividades y conferencias, nos visitan personas célebres: un boxeador famoso, el seleccionador de fútbol… Tenemos sesiones de cine previas a estreno, donde vienen realizadores a comentarlas. También una vez al mes viene un periodista a comentar las noticias más importantes y también acontecimientos importantes que han sucedido y que si embargo no han sido noticia. Hacemos celebraciones de cumpleaños, la gente se apunta y les preguntamos qué pastel y qué música quiere que le pongamos. Esto es importante porque el pastel siempre habla de la infancia.

Hemos creado un colectivo que se llama "Los muertos en la calle" porque había gente que moría en la calle y nadie las reclamaba. Hemos llegado a un acuerdo con el Ayuntamiento: nos pasan la lista de la gente que ha muerto en la calle (y también en casas u hospitales) y que nadie reclama (este año unos 60 en París). La gente de la calle acompaña también a la gente que no ha muerto en la calle y por las que nadie se interesa. Aquí se ve como la gente de la calle aporta a la sociedad cosas que no aporta nadie. Nos damos cuenta que las actitudes excluyentes son patrimonio de toda la sociedad. Así conocemos cuanta gente muere. Así vemos a través de su muerte como era su vida. Muchos mueren solos. Le encendemos una vela, hacemos un taller de escritura y los textos se leen en la celebración ya sea civil o religiosa. A veces no sabemos si vamos a terminar la celebración porque se habla y hay mucha tensión.

ARROJADOS A LA CALLE. Pedro Cabrera.

Arrojados a la calle en un mundo desigual.

La gente no está en la calle porque quiere sino porque ha visto su vida sometida a fuerzas que la han llevado a donde no querían estar. La calle es mala, entre otras cosas, porque la calle mata. En la calle no se puede vivir una vida que se pueda calificar de humana. Nadie elige vivir en la calle: esto rompe con la fantasía que nos hacemos muchas veces de que la gente vive en la calle porque quiere.

Lo primero que nos encontramos cuando nos disponemos a estudiar el fenómeno del "sinhogarismo" en España es que no tenemos datos. Contamos apenas con indicios, a veces burdos, de puntos dispersos de nuestra geografía. No existe por tanto ninguna investigación oficial sobre las personas sin hogar. Hace un año el INE hizo un rastreo de la red de centros de atención social a las personas sin hogar, apoyándose en una primera investigación realizada para Cáritas en el año 2000. En el mes de febrero empieza por fin el primer trabajo de campo dirigido a conocer la realidad de las personas sin hogar. Hemos tenido que llegar al siglo XXI para gastar dinero público en visibilizar la situación de los más excluidos en este país.

Desde cualquier lugar donde contemplemos la realidad social podemos comprobar la existencia de unas tendencias globales básicas que nos afectan a todos.

Estamos en un mundo globalizado, violento y desigual. Este mundo queda reflejado también en el lugar que ocupan los últimos. No es preciso rebuscar mucho para encontrar datos que corroboran esta afirmación. La pobreza, la precariedad y el desempleo no es un dato secundario, no son situaciones que se vayan solucionando. Al principio de los 70 se llegó a pensar que la pobreza era un fenómeno en permanente retroceso en los países desarrollados, sin embargo la pobreza no está aquí para desaparecer, es un dato de estructura. Somos en cuanto somos capaces de producir pobreza.

Existe una desproporción extrema entre los porcentajes de población y los recursos destinados al consumo en distintas áreas geográficas de nuestro planeta. El aumento de la distancia entre los países más pobres y más ricos sigue una línea de crecimiento exponencial. También existe pobreza y desigualdad dentro de los países desarrollados. Por poner un ejemplo en algunas zonas de EEUU la esperanza de vida es inferior a la de muchos países africanos. La capacidad de consumo, de ser socialmente alguien significativo, de contar en una sociedad, de una persona en la calle es similar a un nigeriano de clase media. La irrelevancia social por tanto es la misma.

Si se es mujer, de color, analfabeta, pobre, asalariada, anciana, que no habla inglés y habitante del medio rural se está fuera de la corriente de la riqueza y el progreso. En una encuesta realizada en Estados Unidos a finales de los 90 sobre lo que la gente considera necesario o imprescindible nos encontramos con que para muchos de los encuestados resultan imprescindibles cosas como una segunda televisión o una casa con aire acondicionado. Nos movemos en un modelo de sociedad que considera estas cosas importantes y que nos lleva por tanto a un modelo de distribución totalmente desigual.

Cifras de lo que gastamos todos en artículos de lujo: gastamos más en maquillaje que lo que se necesitaría para garantizar la salud reproductiva de todas las mujeres a escala planetaria, más en comida para animales que lo necesario para eliminar el hambre y la desnutrición, más en perfumes que lo que costaría enseñar a leer y escribir a todas las personas del planeta, más en cruceros que en dar agua limpia y potable a toda la gente,… Esa es la realidad en el mundo en que vivimos.

Otra tendencia a tener en cuenta es que el Estado, el papel de lo público, lleva un camino tendente a hacerse más pequeño y desaparecer. Este tipo de discursos se acompaña con la loa de la importancia de la sociedad civil, que debe sustituir al estado, el voluntariado…

Por otra parte estamos inmersos en lo que se ha venido a llamar la "cibersociedad" todo eso nos constituye a todos hoy día hasta el punto de que, por ejemplo, el estar sin domicilio no significa estar sin teléfono. Esto da una serie de posibilidades enormes. Siendo esto así, conviene recordar que antes se creía que una sociedad de este tipo conllevaría la desaparición de la exclusión. Podemos comprobar por el contrario que esta realidad lleva aparejada un aumento de la exclusión y la desigualdad en el mundo.

Cómo situar la exclusión local en medio de este cuadro tan global es un reto para cada uno de nosotros.

Las soluciones que estamos dando

¿Hacia dónde debemos avanzar? ¿Cómo romper la barrera de la insensibilidad? La historia de la asistencia a los más pobres es algo que llevamos en nuestra mirada.

Tradicionalmente ante el pobre más excluido la sociedad ha oscilado entre dos tipos de actuación: la de acogida e inserción y la de reclusión y represión, de "piedad o de horca". Eso no es algo que ocurría en tiempo de Richelieu, sino que continúa ocurriendo ahora. Por poner un ejemplo, existen fotos de principios de siglo pasado donde podemos observar al personal de la beneficencia municipal acompañados por la guardia civil mientras que atienden a una persona sin hogar. En la actualidad la gente pobre viene de muy lejos, del África subsahariana. Si rememoramos la última foto de la última patera que haya llegado a las costas españolas, las instituciones que se encuentran presentes atendiendo a estas personas son la cruz roja y la guardia civil. Entre las dos imágenes han cambiado mucho las cosas, pero esto sigue igual.

No es bueno esquematizar diciendo que la labor de acogida la llevan los trabajadores sociales y la represiva la guardia civil. No siempre es así. A veces se "encarcela" a personas en etiquetas que se adjudican con el marchamo del técnico, de las cuales resulta muy complicado salir.

La guerra contra la exclusión no es la guerra contra los excluidos. Tradicionalmente han existido y existen partidarios y detractores de la ayuda a la inserción. Este debate que viene de lejos llega hasta nosotros transformado. Hoy en día existen nombres como Rudolph Giuliani, el alcalde en Nueva York durante el 11-S, o Sarkozy en Francia, impulsores de políticas de tolerancia cero en lo social y ordenanzas contra la mendicidad.

La guerra contra la pobreza necesita su tiempo, requiere muchos medios, de una política estructural que modifique la situación de la vivienda, del trabajo… Esta política va contra intereses como los de las inmobiliarias y obtiene resultados a medio y largo plazo. En cambio la guerra contra los excluidos es rápida, barata, eficaz aparentemente y además consigue beneficios electorales. El ejemplo más burdo es la política llevada a cabo por Gil en Marbella. Ciudades turísticas como Praga se limpian de mendigos para que resulten más estéticas. En las personas sin hogar no vemos personas con dificultades sino delincuentes.

Se dice que cualquiera puede caer en la calle. Esto no es exactamente así. Si miramos entre las personas que están en la cárcel vemos que existe una gran desproporción en la procedencia de clase social: Personas procedentes de un estrato social desfavorecido, que en el conjunto de la población española representa un tercio de la misma, constituye el 82% de la población reclusa. Un trabajo de Cesar Manzano, revela que frente a un 31% de hogares por debajo del umbral de pobreza en la población total del País vasco, la relación de hogares pobres la población reclusa es de un 99%. A la cárcel van mayoritariamente los excluidos. Encerremos pues, recluyámoslos por su propio bien.

La atención a personas sin hogar se ha realizado tradicionalmente en instituciones de reclusión. Es curioso constatar que las raíces de los albergues y los centros de acogida para personas sin hogar, son las mismas que las de las cárceles actuales. Se trata de las "casas de trabajo" que surgieron en Inglaterra por la necesidad de disciplinar mano de obra durante la revolución industrial y en la que se recluía a la gente que no tenía "hogar ni lugar". No es casual que las raíces sean las mismas. A partir de la necesidad de disciplinar la pobreza, de ordenarla, de clasificarla.... surge la estadística de la pobreza, heredera de la antiguo oficio de "contar pobres" (contar ricos es más complicado). Haciendo todo esto, no acabamos con la pobreza. Esto demuestra que saber mucho no asegura el conseguir una sociedad buena para todos.

El espacio físico que les asignamos a los excluidos dice mucho. No los queremos cerca sino en el patio trasero, alejados del centro urbano. Todo esto va en la línea de invisibilizar la pobreza. Puesto que no podemos acabar con la mendicidad, o no nos interesa, porque eso supondría hacer sociedades incluyentes, hagamos que desaparezcan. Para invisibilizar existen muchos mecanismos: vacío estadístico, no investigar, trasladar los centros lejos del centro de las ciudades, instalar mobiliario urbano antimendigos, etc.

España es el país que más encierra en Europa. El aumento de la población encarcelada sigue una línea de crecimiento exponencial. En general pensamos que la gente que está en prisión es la que ha hecho algo malo, los delincuentes, o que el incremento de la población reclusa tiene que ver con el aumento de delitos. Esto no es así. Poco tiene que ver una cosa con la otra. Depende más de la forma en que se aplican las leyes, de lo que considera como delito, del tipo de sentencias que se realizan, de la incapacidad de dar medidas alternativas a la prisión, etc.… Si ponemos en relación el número de delitos que se conocen, que no son todos los que se comenten (los delitos de "guante blanco" no se suelen denunciar), tenemos que en los países nórdicos, donde el estado del bienestar está mucho más desarrollado, hay una persona en prisión por cada 200 delitos. Aquí el número sería de una persona en la cárcel por cada veinticinco delitos cometidos. Aquí encarcelamos mucho más fácilmente Tradicionalmente la mayor parte de la población encarcelada eran los gitanos. Ahora son los emigrantes. Tenemos que abrir paso a una sociedad que reclame políticas de solidaridad y no políticas de represión.


Fuente:

http://www.foroellacuria.org/publicaciones/Informe8SinHogar.html

viernes, 22 de enero de 2010

Ciudades ocasionales Espacio público y transformación social (Post it City)

Jorge Jiménez

Solo encuentro en la oscuridad

lo que me une con la ciudad de la furia

Soda Estereo.

Como salida de una película del cine negro, la ciudad de la furia emerge como interrogante, proyectando sus largas sombras, dejando al descubierto algunos resquicios e innumerables fisuras, haciendo de su oscuridad el enigma que convoca a preguntarse por su naturaleza, por su sentido y por sus sinsentidos. Intentaré en las líneas que siguen esbozar algunas ideas en torno a una filosofía de la ciudad partiendo de un evento que ha sido denominado Ciudades ocasionales o Post-it City, proyecto de investigación y exposición itinerante de numerosos fenómenos de ocupación del espacio público (y en algunas ocasiones, privado) que tuvo su primera puesta en 2008 en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y que ha continuado, durante este año en el Museo de Arte Contemporáneo de Chile, luego en el Centro Cultural de Sao Paulo y que concluirá en Buenos Aires en el 2010.

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Podríamos entender la ciudad contemporánea como un hiperobjeto estético-funcional. Con esto quiero referirme a la particularidad de su constitución, ya que se trata de un objeto, o más bien, de una objetualidad de dimensiones muy complejas, que comprende oblicuamente espacialidad y temporalidad como condiciones ontológicas básicas. Tales condiciones, es decir espacialidad y temporalidad, posibilitan interpretar la ciudad como una totalidad, cuando se pone de relieve su articulación con la dimensión performativa y el habitar: el sujeto urbano no solo hace un uso funcional de la infraestructura y los servicios que ofrece la ciudad sino que también experimenta su constitución estética, semiótica e imaginaria —aunque no siempre tenga plena conciencia de ello. Por eso es que planteo la ciudad como un hiperobjeto estético-funcional. Esencialmente ligado a ello, el habitar la ciudad implica la incorporación de la subjetividad social, en tanto categoría ligada específicamente a la praxis. Así habitar es la cualidad del sujeto urbano, su capacidad para construir, vivir y transformar un mundo que, a diferencia de la naturaleza, le es propio y se encuentra atravesado por una erótica que se debate en la tensión que genera lo apolíneo y lo dionisíaco, el orden y el caos, la razón diurna y la oscuridad que nos une a la ciudad de la furia.

Mientras los artistas del siglo XIX europeo aspiraban a la creación de la obra de arte total —Wagner proponía como su prototipo a la ópera—, se olvidaban de que esa condición, por excelencia, le correspondía a la ciudad (en el canon de las bellas artes se establecía a la arquitectura como el primer arte y el más comprensivo, todavía no se hablaba de urbanismo). En efecto, la ciudad, posiblemente desde remotos tiempos premodernos, se constituyó siempre como la expresión más acabada y ambiciosa del quehacer artístico, no solo por el hecho de que como tal es un producto artístico de grandes dimensiones, sino porque consiste en una suerte de matriz cultural en la que se producen todo otro tipo de obras y procesos artísticos.

Ahora bien, la modernidad ha conformado la espacialidad de la ciudad como una espacialidad esencialmente política. A diferencia del espacio cósmico y religioso de la ciudad medieval, en la ciudad mercantil-burguesa y, en particular en la ciudad republicana de la ilustración europea, el espacio desacralizado deviene politización. Lo cual debemos entenderlo como un espacio que disputa la clase dominante con su ejército y policía, los trabajadores institucionalizados y los trabajadores precarizados o informales, los indocumentados, ilegales, las tribus urbanas, los inmigrantes, así como los sectores marginales y excluidos. Esta politización del espacio urbano se ha expresado en la polaridad establecida entre espacio público y espacio privado, la cual, a la vez, incluye los espacios formales e informales.

De igual modo, la temporalidad de la ciudad moderna y contemporánea, ha sido, por definición, la temporalidad de lo cotidiano, y, por ello, la temporalidad de lo profano. El ritmo temporal de la ciudad lo dejaron de marcar las campanadas de las iglesias y en nuestros días lo marca el reloj de pulsera o el celular de los demasiados habitantes. El tiempo que transcurre en la vida de la ciudad es el tiempo del diario vivir: un tiempo del preocuparse y del ocuparse, es decir, una temporalidad que inserta al sujeto urbano en la esfera del hacer diario, en la red infinita de servicios, solicitudes, trámites, consecuciones, desplazamientos, esperas, distracciones, consumos, entretenimiento, “pérdida de tiempo”, etc. Esta temporalidad produce una subjetividad esencialmente enajenada o heterónoma, colonizada por la maraña de las múltiples relaciones menudas que saturan la vida del habitante de la ciudad. En la cotidianidad, las contradicciones sociales tienden a aparecer como disueltas o enrarecidas y hasta enmascaradas, al igual que la espacialidad que propende a presentarse como espacio neutral. Por el tiempo cotidiano discurren el gerente y el mendigo y puede que circulen por espacios urbanos comunes (aunque eso es una coincidencia desafortunada para el primero), con lo cual la cotidianidad galvaniza la heteronomía de la vida cotidiana, creando una apariencia de neutralidad social y de ausencia de contradicciones políticas. De este modo, para la conciencia común del ciudadano medio, el tiempo y el espacio de lo cotidiano aparece como naturalidad, o sea como ámbito aproblemático, conocido, manipulado y familiar. Pero no hay tal: similar a lo siniestro freudiano, lo cotidiano que ofrece la ciudad retorna al habitante como lo desconcertante en medio de esa familiaridad, como el extrañamiento que emerge de lo íntimo, como una suerte de doble maldito. “Perfectamente” conocido, el espacio/tiempo de la ciudad, deviene oscuridad, es decir, enigma y aventura cuando el urbanita se logra percatar de la ciudad como objeto dinámico, vivo, contradictorio, complejo —objeto que siempre le deparará sorpresas; en fin, cuando la ciudad se devela como ciudad de la furia.

La cotidianidad es una temporalidad que aparenta ser disímil y contrapuesta a la temporalidad de lo histórico, ya que, la ideología de lo cotidiano, al fragmentar el mundo que le es familiar al ciudadano, procede a escindir la tensión dialéctica que se produce entre la vida cotidiana y la historia. Ésta, la historia, aparece como “el golpe de platillos”, el momento de excepción y culminación de una vida que fatalmente se diluye en la temporalidad cotidiana, y que por efecto de la heteronomía y enajenación, la vida cotidiana se constituye como tedio, insustancialidad, rutina, “un tiempo que deseamos, pase rápido” (como si dispusiéramos de otro tiempo distinto al cotidiano). Sin embargo, ya aquí se ha operado una mistificación de esa tensión dialéctica y, parafraseando a Kant podríamos decir que el tiempo de lo cotidiano desligado de lo histórico es ciego, y el tiempo histórico desligado de lo cotidiano es vacío.

La conformación de un espacio público es una manifestación, aunque enmascarada, de las contradicciones políticas de la ciudad. El espacio urbano deviene público cuando las tensiones entre los sujetos concurrentes logra cristalizar un ámbito de la ciudad como un espacio en apariencia “neutral” y donde se puede expresar la socialidad, de manera distinta a la forma en que se expresa en la esfera privada. Sin embargo, el espacio público también es una expresión de los grupos privados que tienen el poder económico y político: la hegemonía mediática, la proliferación simbólica y sígnica es una muestra clara, aunque disfrazada (bajo la apariencia de “paisaje” o de “embellecimiento”), de los sectores que ostentan el poder en la ciudad; el espacio público está cercado por la propiedad del gran capital y lo coloniza, condicionándolo sustancialmente, haciendo uso de él para afianzar su poder, para producir hegemonía y dominación. En nuestro país es usual leer un rótulo que reza: “La ciudad es de todos, cuidémosla”. Frase engañosa, ya que cuando la ciudad ha sido reclamada por los sectores populares y marginados, la respuesta de los poderosos ha sido la indiferencia o la represión policíaca directa. De igual modo, la administración neoliberal de la ciudad ha lanzado un proyecto para “repoblar” el centro de San José, el cual ha sido declarado “tierra de nadie” ya que sus antiguos propietarios lo han abandonado (físicamente, no jurídicamente) para construir sus feudos amurallados en los nuevos alrededores de la urbe. Sin embargo dicho proyecto consiste en sacar a los sectores marginales que provisionalmente se han apropiado de ciertas franjas de ciudad, para reconstruir el viejo centro citadino en los términos que le interesa al capital transnacional, a la banca privada y las instituciones dominantes. De tal forma que el espacio público aparece como una conquista social, como un logro de la comunidad, pero en realidad funciona como una franquicia para el desarrollo de los grupos en el poder.

La informalidad en el espacio urbano aparece tanto en la esfera de lo privado como de lo público. Es decir, lo informal atraviesa oblicuamente la espacialidad de la ciudad. Como bien sabemos, caracterizamos una acción o un producto como informal toda vez que no se ciñe a la normativa imperante, escapando así a los controles habituales, surgiendo de manera intencional, muchas veces de forma subrepticia, o bien de modo espontáneo, un tanto azaroso, en medio de ámbitos de mayor formalización y control. Lo informal es, en todo caso, un evento fáctico que la ciudad confronta de manera diversa: puede reprimirlo y rechazarlo, puede tolerarlo e incluso integrarlo y hacerlo suyo, puede acogerlo temporalmente y desecharlo, o bien por su carácter efímero, puede desaparecer del espacio urbano, dejando, a lo sumo, su huella en el registro documental.

Ahora bien, lo informal, en términos políticos, puede ser entendido como un efecto residual de las contradicciones que tensionan el espacio urbano. Toda vez que los mecanismos de poder que buscan organizar la espacialidad y temporalidad urbanas, no pueden contener ni controlar en su totalidad a los múltiples actores sociales, éstos, por más diluidos que aparezcan, logran implementar diversas estrategias para hacerse presente en la ciudad, una de ellas, y posiblemente una de las de mayor efectividad, sea el recurso a la informalidad. El recurso a la informalidad es una astucia de la razón popular ya que desordena el mapa del emperador y permite replantear las condiciones de dominación, aunque sea de manera epidérmica y temporal.

De este modo, la informalidad, o también ocasionalidad, puede tener diversas gradaciones: desde acciones de bajo impacto a la institucionalidad/legalidad de la sociedad hasta aquellas (ocupaciones, manifestaciones, barricadas, etc.) que desafían frontalmente el sistema de dominación.

Los eventos documentados en la muestra Ciudades ocasionales (Post-it City) recorren esa escala de gradaciones de la informalidad: desde lo puramente lúdico en los juegos de pelota de los jóvenes de Valparaíso, en la decoración que producen las alfombras que guindan de los balcones en Estambul y Barcelona, o las tomas efímeras de parques y calles en diversas latitudes del planeta, hasta la ocupación definitiva que buscan realizar los pobladores de sitios como Heliópolis, el antiguo muro de Berlín, o los ocupantes de un cementerio en San Salvador.

La constante de la ciudad ocasional es el trabajo precarizado, informalizado: los sectores desplazados por la economía formal/institucional necesitan trabajar todos los días y todos los días toman la ciudad. Es un sector de la economía que no termina de ser reconocido oficialmente, aunque diversas instituciones traten de reglamentarlo y normalizarlo. Movilizar 120 mil litros de agua al día, como sucede con las ventas de comida callejera en Hanoi, dinamiza estructuralmente la economía de la entera sociedad, sin duda, y obliga a la institucionalidad a tomar en cuenta la iniciativa informal de los habitantes.

Ciudades ocasionales pone en evidencia que la ciudad formalizada, la ciudad de la furia, produce estructuralmente marginalidad, miseria y violencia. Justamente, el concepto del habitar presenta ahí su dimensión esencial. Los sectores informalizados buscan habitar su ciudad construyendo, a la manera del palimpsesto, infraestructura sobre la ya existente —cuando existe alguna. El trabajo informal se expresa en esa construcción no planeada y en la actividad, en el ocuparse que le permite a esos sectores la supervivencia. Pero tal actividad no siempre es el mero ocuparse enajenado: la dimensión lúdica y estética articulada con la dimensión política de la movilización y de la organización que experimenta el grupo de ciudadanos informalizados, es un ámbito de la praxis y de la transformación social, como bien queda demostrado en La Salada, el mercado informal bonarense más grande de Latinoamérica. Pueda que sea tan solo un preámbulo, e incluso, muchas veces no pasa de ser un simulacro, pero, aún en esos términos, la experiencia de la calle es siempre una ganancia vivencial para los sectores populares —al menos por el poco de diversión y juego que experimentan. Así, la revista Kasandra narró el empeño iluso e irredento de unos “borrachitos” para celebrar un portal navideño en un lote vacío de un barrio josefino: como una apelación a lo lúdico, como una rehabilitación de la tradición popular navideña, unos cuantos personajes satanizados por la comunidad se convierten en aglutinantes de socialización, intercambio, fiesta, celebración.

Lo que documenta Ciudades ocasionales o Post-it City, consiste en múltiples eventos urbanos informales y subversivos que ya fueron pensados por los situacionistas durante los años sesenta, con sus derivas y psicogeografías, o bien, posibles modelos de las insospechadas zona autónomas temporales de Hakim Bey, durante los noventas, que van desde las utopías urbanas arcádicas a las proto-topías postpunk y micro-espacios de barriadas y vecindarios. De esta forma, la ciudad ya no espera únicamente el “golpe de platillos” de la historia para experimentar su transformación, sino que, similar a un mega organismo, la ciudad vive una digestión lenta pero perenne, una fisiología que da cuenta de su mutación.

En nuestros días, el nuevo siglo ha ido configurando a la ciudad como un panóptico virtual. De aquellos artilugios mecánicos decimonónicos ideados por Barker y Bentham, me refiero al panorama y al panóptico, ampliamente pensados por Foucault en Vigilar y castigar, la ciudad contemporánea ha seguido la pauta marcada por Orwell en 1984: las cámaras nos vigilan, ubicuas, en los espacios públicos y privados; la diferencia está en que ya no le vemos el rostro al gran hermano —o lo que es equivalente: el gran hermano presenta infinidad de rostros. Se trata de una hipervisualidad que se funda con la incesante repetición televisiva de los atentados a las torres de Manhattan, transmitidos desde el mismo momento del suceso. El fenómeno se inicia a mediados del siglo pasado: los procesos comunicativos no solo experimentan una proliferación mediática nunca antes vista, sino que, además, incorporan una nueva complejidad en los procesos hegemónicos de dominación social, cuya constante va a ser la conjunción estratégica de espectáculo, vigilancia y saturación (de imágenes, de pseudoinformación y de publicidad). Como una nueva vuelta de tuerca a la razón instrumental, el panoptismo virtual, articula y afina la malla del control público y privado, de lo formal e informal. Sin embargo, el evento ocasional en la ciudad, el fenómeno post-it vuelve a poner en crisis esas estrategias de dominación, aunque sea levemente. Buena cuenta de ello lo da el mapa de disidencia sexual en Barcelona: el panóptico virtual deviene voyeur, contrapanóptico, y se documenta, así, la informalidad erótica de la ciudad —devolviendo el orden de la lógica de la vigilancia. Con ello, frente a la fagotización de imágenes en tiempo real que rutinaria y minuciosamente realiza el poder instituido se plantea una interrogante: ¿quién vigilará a los vigilantes… y para qué?

Walter Benjamin dijo que la orientación de la realidad hacia las masas y de las masas hacia ella es un proceso de alcances ilimitados, lo mismo para el pensar que para el mirar. Así, en ese sentido, podríamos convenir en que ciudades ocasionales no nos revela algo nuevo; lo que es nuevo es la mirada y el pensar sobre aquellos fenómenos que siempre han sucedido en la ciudad. Hablo de la colonización estético-política de la calle ya no por un actor social habitual (sea este el emisario del poder instituido o los artistas que ocasionalmente “descienden” a la calle) sino por los colectivos ciudadanos, organizados o no, o el performance del artista de la mera calle (músicos, comediantes, “locos”, mendigos, vagabundos, desechables, profetas, adictos, pachucos, etc.) que parasitan el tiempo y el espacio urbanos y, a la manera de un detritus, dejan una huella que la ciudad de la furia, con sus mareas cambiantes, puede que borre o cristalice, puede que ignore o normalice. De este modo, la muestra ciudades ocasionales pone en evidencia que la transformación de la vida en ciudad nunca ha necesitado de las fórmulas mesiánicas emanadas desde el poder o desde el sin-poder, ya que la población la ha transformado perennemente —la ha transformado informalmente. La ocasionalidad de la ciudad evidencia que la articulación entre la temporalidad cotidiana y la histórica trabaja con lentitud pero inexorablemente —similar a la relación entre lo formal e informal, y además, que tal articulación es compleja y contradictoria. Ciudades ocasionales pone de relieve esa constancia del cambio, su bajo perfil, su noche perpetua.


Conferencia dictada por el filosofo Dr. Jorge Jimenez. 13 de noviembre del 2009